domingo, 25 de noviembre de 2012



Percibimos que por un instante la cerca estaba abierta. No pensamos dos veces: salimos corriendo hasta la floresta sin mirar hacia atrás. Después pensé en cómo podía existir gente como aquella en el mundo. Cuidadosa y a la vez violenta. Y pensé también en la suerte que tuve de haber encontrado mi amigo Pirata. Lo único que hacía era ladrar cuando no estaba de acuerdo conmigo (Pirata aun no sabía hablar). Paramos para descansar. Y decidimos que nos olvidaríamos de todo nuestro pasado cruel. Primero precisaríamos hallar un abrigo donde pasar la noche. Lo que no era fácil debido a mi tamaño. Luego Pirata sintió un olor muy cerca de donde estábamos (me señaló que era de humo). Caminamos un poco más y vimos de lejos un hombre con una tetera en una de las manos. En la otra agarraba un poco de café. Era un gitano. Nos acercamos y el hombre nos dice que podíamos pasar la noche allí alrededor de la hoguera. Era la primera vez que sentíamos la sensación de libertad en nuestros cuerpos y almas maltratados. La noche se había transformado en algo bello y silencioso. Al día siguiente el gitano se marcharía y nos invitó a vivir con él. Aceptamos. Nos había dicho que estaba de viaje a Madrid. Arregló sus cosas en su carro y seguimos camino: quería encontrar algo por que vivir, confesó. Dos días después de la llegada a Madrid, nos instalamos en la Plaza Mayor. Fue exactamente en el tercer día en que todo comenzó. Se nos acercó una profesora de la escuela secundaria, curiosa por saber qué un elefante, un perro y un gitano hacían en la ciudad. Le explicamos todo. Y ella nos ha dicho que hallaba todo aquello muy extraordinario. De aquella tarde adelante nos visitó todos los días en el mismo horario. Siempre venía con una sombrilla negra con puntitos rojos que combinaba perfectamente con su traje oscuro y discreto. Con el pasar de los tiempos, era perceptible que ella se había encantando del gitano. Y él de ella. Un día salieron a caminar y platicar. Fueron hasta una feria junto a la plaza. Los dos declararon el amor que sentían. Pero él no se quedaría mucho tiempo allí. Por eso la invitó a que ella abandonase la escuela y fuese a vivir con él, viajar por el mundo, solo con el compromiso de estar juntos. Ella le dice no, que no podía hacer eso con sus alumnos. Él se enojó y le dice que se iba a marchar, que ahora tenía la prueba de que ella no le quería. Ella se fue a su casa y pensó en matarlo. Después pensó en matarnos todos. Estaba convicta de su plan: mataría al gitano y a mí y vendería mis marfiles al Mercado Negro. Al Pirata le abandonaría en algún lugar lejos de la ciudad. Cogió un cuchillo en una mano, la sombrilla en la otra y se dirigió hasta donde estábamos. Y es increíble como todo cambió: en algunos segundos, después de la pelea, la mujer estaba tirada en el suelo, la sombrilla al lado había cambiado de color, el gitano a los pies de su amada lloraba. Y nosotros seguimos caminando. Teníamos la suerte de tener uno al otro.

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