Anya caminaba sonriendo por las calles frías de Rusia. Su pelo negro brillaba con aquella luz rara, casi deslustrada en medio de tanto gris y blanco; Pero nada brillaba tanto cuanto sus ojos, de un color azul casi gris, herencia de su madre que hace mucho extrañaba.
Era un invierno típico, largo y tenebroso. La nieve caía fina en su rostro y le encantaba la blancura de los coches y árboles cubiertos por ella. En sus manos cargaba una bolsa con todo el cuidado del mundo. En esta bolsa, tenía trajes para el día más importante de su vida: Su boda.
Ella conoció a Vladimir, un hombre alto, de pelo oscuro, ojos verdes y muy bonito, cuando tenía 19 años y fue amor a primera vista. Los dos casi no conversaban, pero cuando empezaron, jamás se separaron. Hace un año, se volvieron prometidos, pues ahora ella es una mujer madura, con sus 28 y él con 31. Finalmente, la fecha de la boda se acercaba.
Anya acababa de llegar en la cocina del hotel Quiebrahielo (que de latino tenía apenas el nombre), donde era camarera y a veces cocinera. Su mejor amiga Camille, una muchachita con aires de francesa, rubia, con pecas en la cara, venía a su encuentro.
- Veo que estás muy bien hoy, ¿qué pasó?
- Vladi me dijo que quiere cenar conmigo esta noche, que tiene un regalo para darme, pero no me dijo qué, pues es una sorpresa. – Respondió Anya.
Camille la miró y dijo con una sonrisa en los labios:
- ¡Quizás sea un collar de oro con piedras de Alexandritas! -Y salió dándole una parpadeada a la amiga.
Anya se quedó unos instantes más en la cocina. Era enorme, con tantos utensilios que ella jamás imaginara que existieran. Miraba todo con gran admiración, ya que en sus más lejanos sueños, tenía ganas de conocer el mundo, viajar como esas actrices y cantantes famosas que aparecían en la portada de las revistas de la recepción del hotel, y conocer todas las cocinas del mundo, probando de varios platos distintos, tan lejos de su realidad. Pero los sueños cambian, ahora Vladimir era su sueño realizándose y era a su lado que quería estar. Pero además de eso, sentía placer al cocinar, tenía todo a su disposición. Le encantaba el sacacorchos; era brillante, tenía una delicadeza única y una fuerza extrema. Adoraba abrir vinos para los hospedes del hotel. No le gustaba mucho el trabajo de camarera, pero ese día trabajó sin quejas, deseando con toda su alma que la noche llegara y así pudiera encontrarse con su amado.
Vladimir llegó puntualmente a las ocho. Los dos cenaron y al final él le dio el regalo para Anya:
-¡Mi conejita! Aquí está lo que te compré, espero que te guste.
Al abrir el paquete, Anya no se contuvo de alegría y empezó a saltar. Era el collar de oro con piedras de Alexandrita. Ella le miró no creyendo en lo que veía y le preguntó si él había hablado con Camille sobre eso, a lo que él respondió con un corto no.
Después de una larga noche feliz, los dos se despidieron y fueron a dormir.
El día siguiente, Anya llegó más temprano al trabajo, pues necesitaba contarle a su amiga lo que había pasado y no lograra dormir durante toda la noche de tanta ansiedad. Al ver a Camille dijo en tono de ironía:
- ¿Acaso eres bruja? Mi conejo me dio el collar, ¡es perfecto!
- Yo sé. - Dijo Camille sin mucha animación.
- ¿Sabes cómo?
- Vladimir me llamó para preguntarme si te gustaría uno de estos – Declaró.
Anya nada le contestó, pero se quedó imaginando, ¿por qué Vladimir había dicho que no había hablado con Camille? “-Bueno, seguro es para protegerla, no quiere que yo pelee con ella por decirle que yo quería…” – pensó.
Cayó la noche y Anya resolvió hacer una sorpresa para su futuro marido. Se arregló y fue hasta su casa, donde planeaba una noche romántica. Al acercarse, vio un coche conocido saliendo de allá. Cuando llegó, llamó al timbre y Vladimir atendió aún enrollado en una toalla, como si acabara de ducharse, y sin darse cuenta de quien estaba adelante de sus ojos dijo:
- ¿Se te olvidó algo gatita?
Anya sin entender porque tenía un nuevo apodo, dulcemente respondió:
- ¿Esperabas alguien mi amor?
- ¡No, Estaba yendo bañarme conejita! – Contestó dándole un beso y haciéndola entrar.
Mientras Vladimir se bañaba, Anya miró por la casa y en la cocina encontró dos copas de vino y un sacacorchos que le parecía conocido.
Esperó Vladimir salir del baño y conversó como si no sospechara de nada.
Al día siguiente, en el hotel, estaba todo normal. Anya llegó y Camille estaba en el teléfono diciendo:
- No mi gatito, no pasa nada, es que solamente tenemos que tener más cuidad… ¡Anya! – Bruscamente colgó el teléfono. - ¿Hace mucho que llegaste?
- No, acabé de entrar, ¿está todo bien? ¡Te veo tan pálida!
- Es que aún no desayuné, pero estoy bien, voy empezar a hacer el café, permiso amiga.
Anya salió de la cocina con una sonrisa maquiavélica en los labios.
Para ella ahora todo tenía sentido. El coche de Camille delante de la casa de su prometido, las copas de vino, Camille saber del regalo, ¡todo! Y ahora ya sabía qué hacer.
Vladimir y Anya habían marcado un almuerzo. Los dos comieron, conversaron, planearon el día de la boda, estaba todo en perfecta harmonía. Vladimir fue al baño, cuando Anya tomó su celular que estaba sobre la mesa y mandó un mensaje para Camille, combinando de encontrarla en su casa, como si fuera Vladimir. Él volvió y se marcharon.
Por la noche, Anya fue hasta la casa de Vladimir, vestía una ropa sensual. Trajo vino, un par de esposas y un brillo en la mirada diferente de todas las otras veces en que se encontraron. Vladimir, se dejó llevar, Anya lo prendió en la cama, salió del cuarto y dijo susurrando:
- ¡No huyas mi amor, ya vuelvo!
Anya fue hasta la cocina, tomó las copas de vino en las manos y las llevó al cuarto, abrió la botella, llenó una copa y dio para su casi esposo tomar, mientras le decía cosas bonitas para él. Después, le dijo que tenía una sorpresa y salió una vez más. Cuando volvió, Anya estaba con su traje de novia, estaba calma, miro a los ojos de su amado y dijo:
- ¿Te gusta así mi conejito? ¿O mejor, debo llamarte de gatito?
Vladimir, se quedó con la boca seca, movía los labios, pero no salía una palabra.
- ¿Tienes sed? Espera conejito, voy a darte de beber.
Anya se acercó lentamente de Vladimir, tomo la botella, echó vino en el pecho desnudo de Vladimir, tomó el sacacorchos y lo golpeó dos veces.
Cuando Camille llegó, la puerta estaba entreabierta, había velas y pétalos de rosas que dibujaban un camino hasta el cuarto. Camille creyendo ver una escena de amor, se desesperó al encontrar Vladimir golpeado, pero aun con vida.
-¡Gatito¡¿Quién te hizo eso? – Sollozando sobre el cuerpo casi inanimado de Vladimir preguntó.
Antes que ella pudiera percibir, Anya con apenas un movimiento puso el collar de Alexandrita alrededor de su cuello y con todas las fuerzas que tenía ahorcó a su rival.
Vladimir nada pudo hacer y Anya le dejó sangrar hasta que no tuviera más una gota de sangre saliendo de su pecho.
Ahora los ojos azules de Anya ya no brillaban más. Tenía un vacío profundo dentro de su ser. Al mirar los cuerpos ya sin vida de los dos engañosos, ella llenó una copa, y volvió a la ventana, donde se quedó sola, ajena con sus pensamientos, sin ni siquiera darse cuenta, de la sombra y de los dedos cadavéricos que pasaban por la ventana en el otro lado de la calle.
muy bueno, de verdad! amiga, me sorprendio tu instinto asesino, haceme acordar de nunca robarte el novio :)
ResponderEliminarA mí también me sorprendió y me encantó. Qué miedo. Me gustó mucho como dosificaste la intriga. Al principio parece una historia normal, que poco a poco se va volviendo horrible. Y que sangre fría para contar el final. Pocos escritores se atreven y acaban salvando a los infieles.
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