miércoles, 26 de octubre de 2011


La vieja caníbal

Todos los chicos del colegio comentaban el caso, decían que otro niño había desaparecido y nadie sabía de su paradero, ya era el tercero, por mis cuentas. Nosotros sabíamos quién era la culpable, todos sabíamos donde vivía, pero teníamos miedo de denunciarla a nuestros padres porque como se trataba de una bruja, ella podría verlo en su bola de cristal y mejor no pensar lo que le pasaría al pobre infeliz…

Aquella mañana me levanté de la cama con una sensación de agobio en el pecho, me quedé pensando que aquel niño aun podría estar vivo y que yo podría hacer algo por él. Seguramente estaba en el sótano y la vieja lo estaba engordando antes de comérselo, como pasó en la historia de Hansel y Gretel. El desgraciado niño debía estar en una situación aterradora, en un calabozo oscuro, contando tan solo con la compañía de cucarachas y ratones. Las paredes a prueba de sonido impedirían a los vecinos de oír sus llantos.

Yo ya no podía soportar tales pensamientos, a lo mejor esta era mi misión en la tierra: salvar la vida de aquel niño. Pensé en las posibilidades: era martes y la vieja solía ir al mercado por la mañana a comprar verduras. Decidí faltar a clases y espiarla a ver si se iba al mercado, mientras tanto, yo entraría en su casa, buscaría el calabozo y soltaría al niño.

Me puse el uniforme para que mi madre no sospechara de nada. Le di un abrazo muy fuerte como si fuera la última vez que nos íbamos a ver. ¡Qué chorizo!... mi madre sospechó “¿y ese abrazo? ¿pasa algo?”, “no mamá, quedate tranquila”…guardé una tijera en mi mochila para cortar la cuerda porque seguro que el niño estaba todo atado.

Me quedé escondido detrás de un árbol en la vereda del frente esperando a que la vieja saliera. Finalmente a las 10:23, la maldita vieja salió. El corazón me saltaba en el pecho, sentí un calor que me subía a la cara y las piernas se me pusieron flojas. Que mierda, no conseguía moverme. La vieja llevaba un saco gris, un pañuelo en la cabeza y usaba una pollera larga. En la mano derecha llevaba una bolsa para traer la compra.

Miró hacia todos los lados antes de cerrar el portoncito, como si sospechara que alguien la observaba. Que mierda, me temblaban las piernas “calmate, calmate, es solo una vieja”… “sí, pero una vieja caníbal”… en ese momento me pasó una imagen en la cabeza como un flash, aquella película que mi madre no quería que yo viera “El silencio de los inocentes”, “¿será que la vieja se hizo unas pantuflas con la piel del chiquilín? Como quería poder cerrar los ojos y transportarme para un lugar feliz…despertar de esa pesadilla…

“Dios mío…rápido…¿que estoy haciendo? No tengo tiempo para pensar ahora…” Saqué las tijeras de la mochila y crucé la calle corriendo como un loco, salté el portón y me caí en el césped como un saco de patatas, por poco no me caigo encima de la tijera abierta. Me imaginé a mi madre con el periódico en la mano viendo la foto de su hijo con una tijera clavada en la panza…

Corrí hacia la puerta del fondo, no estaba trancada, solo estaba arrimada. La abrí de golpe y cuando metí la cara hacia dentro me encuentro con una mesa llena de huesos…¡llegué demasiado tarde!... el cuerpo me temblaba incontrolablemente, sentí que me mareaba, todo se puso negro y perdí los sentidos…

(mientras tanto en el mercado)

- ¡Buenos días, doña Macaria! ¿Qué desea?

- No tenés unos cachitos de carne, unos pies de gallina, cualquier pellejito… Separé unos huesos en casa para los perritos, pero hay que prepararlos con algo de carne…Si podés darme algunas sobras, ¡les preparo un manjar!

- Claro que sí señora, ¡para usted ya se lo tenemos reservado! Pocas personas se preocupan con los perritos callejeros, ¡usted tiene un corazón de oro! Tome, aquí tiene, los perritos van a comer como curas…


1 comentario:

  1. Lo bueno de este cuento es que leemos la versión de la voz narrativa sospechando que la historia puede ser pura imaginación del niñito. ¿Cuántos no se han imaginado una bruja en el barrio? Pero la entrada en la casa le prepara una sorpresa macabra que confirma esa versión y el lector se queda atónito. Valdría la pena que la escena del mercado estuviera en otra página, para enterarnos sólo al final que los huesos de la caníbal son, en verdad, señales de una bondad inmensa.

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