jueves, 27 de septiembre de 2012


este taller

Tal vez sea como cualquier otro sitio adonde se encuentra la gente, pero no toda la gente, si algunas gentes. Yo como no me encuadro en ninguna parte busque un sitio a lo redondo, eso porque tengo las formas cuadradas, porque fue así que eligieron mi educación; fuera de los moldes, y por eso busco desesperadamente el sitio a que me forma pueda sentirse cómodo, o al menos que no me duela con el pasar de poco tiempo. Cuando entre e mire las gentes del taller lo que  me toco en realidad fueron las dos mujeres, porque me parecieron que eran una sola persona, como un espejo descompuesto, (me encanta lo descompuesto... casi siempre te muestra una sorpresa), pero claro estaban sus diferencias, como su integración absurda. La sensación fue de ganas de conocer  a  fondo el proceso de "uno"  de ellas, ya que para mi el uno de lo junto siempre fue algo medio misterioso, no; misterioso no seria la palabra, si distante de mis sentires mas conocidos, como la soledad, ya que decidieron que seria mejor conocer a través de poco, o mejor, de poca gente. Esas mujeres, conocían justamente  mi revés, ya que el saber por gentes no me era conocido. Pero estoy aquí, junto a las gentes varias que tal vez sepan mas de mi que pudiera suponer, ya que vengo de donde vengo y eso pueda ser lo concreto de “gentes” que tengo em mi.  

lunes, 17 de septiembre de 2012


Comandante Allende

Los problemas que surgieron en el taller de poesía de Juan Stein ya no nos amenazan, se ha confirmado los lazos de amistad entre el profesor Stein y el general Pinochet. Él estaba realmente buscando  aliados para el golpe que planea el general.
El profesor no logró influenciar mucho el pensamiento de los participantes de ese taller, aunque las hermanas Garmendia se hayan dejado influenciar un poco. Como no son muy ligadas a la política, no creo que eso sea irreversible. Ya estamos cuidando de esclarecerlas a respecto de todo lo que se pasa en la política de Chile en el momento.
Cuanto a Roberto y Bibiano, los chicos de quién te hablé en la ultima carta, están dispuestos a entrar en la lucha con nosotros. Ya estamos cuidando de los trámites para filiarles al Partido Socialista, creo que pueden ser valiosos en nuestra lucha, principalmente por la influencia que poseen dentro de la universidad de Concepción.
En la Universidad los movimientos izquierdistas siguen fuertes pero creo que sea prudente enviar a alguien allá, ya que son muchos los infiltrados del general Pinochet que buscan persuadir a los estudiantes que todavía no tienen una formación política.

A sus órdenes,

Alberto Ruiz-Tagle

De Deisedere


Un poco alto, flaco y tímido: algo que se puede decir de mí, Carlos Wieder.
Participo del taller de poesía para salir del tedio y también para oír y discutir sobre algunas ideas sobre la cultura con mis colegas estudiantes. Creo que muchas veces no hablo como gustaría, pero oígo y en mi cabeza hierve en una charla intima entre laneuronas.
Algunas personas del taller consideran raro yo ser un autodictada porque soy elegante y hablo bien. Raro también las hermanas Verónica y Angélica hablarenconmigo cuando todos gustarían estar en mi lugar. Puedo explicar los dos.
Salí de la escuela con quince años porque no creía enque decían de mí. Yo era visto como un loco, no tenía amigos, todos reían de mí, vivía en la biblioteca en el recreo para que los libros me llevasen en algún lugar distante. ¿Cómo podría permanecer en la escuela?
Pedí a mi padre para estudiar en casa. Él dejó con una condición: que tuviera clase con un profesor particular. A mí me gustó, pero con el tiempo, el profesor se tornó mi amigo y nosotros hablábamos  más de los personajes y sus historias de que otras cosas como matemática, por ejemplo.
El profesor que me presentó a las hermanas Verónica y Angélica. Me encantaron en la primera vista, pero no dice nada a nadie.
Después invité todos a ir a mi biblioteca, allá algo ocurrió. Di un beso en Angélica, cuando el profesor y su hermana fueran hablar con mi padre.
Creo que ellas están enamorados por mi y los miembros del taller están con celos.Celositos, celositos.


domingo, 16 de septiembre de 2012



 La verdad es que no me gusta este taller. Lo sigo frecuentando por pura creencia de que tan pronto entrará por esta puerta una persona cuya alma se acerca a de un guerrillero. Todos los que acá están pueden sí ser considerados revolucionarios, pero poco hacen en la práctica para serlo. No creo solamente en el poder de las palabras. Creo también en la lucha armada. Escribo poemas en homenaje a las hermana Garmendia. Sueño en irme a Cuba con ellas. Me llamo Alberto Ruiz-Tagle, aun vivo en Concepción, sur de Chile.

Ensayo inacabado de una vida no vivida.

 Yo soy un ser vacío. Sin ganas de vivir. Y no es un mal del siglo como diria Byron, es un mal del alma. En verdad, no es un mal, no es nada. En mi cabeza una nube de pensamientos oscuros son parte integrante de mi cotidiano, vivo con ellos, son oscuros, pero un oscuro distinto, un oscuro tonalizado de rubio, rubio-sangre. Soy conocido aquí, en Concepción, por el nombre de Tagle, Alberto Ruiz-Tagle, pero este nombre a nada me apetece, pero es necesario un nombre nuevo para una nueva cara, y era eso lo que yo necesitaba: una cara limpia. Las personas, en general, me aburren. Son fútiles, con pensamientos fútiles, y muchas veces se enmascaran por detrás de palabras filosóficas, pero solamente por el placer de oralizar palabras cultas, ya que, me parece, es algo tan lejos de sus vidas mediocres. Cuanta hipocrisia. Se me fuese permitido, mataría a todos, como se hace con los inseptos indeseables en las casas del suburbio, las cucarachas; De fato, cuando se mete fuego en un hogar cerrado, como un bar bohemio de esta ciudad, salen todos corriendo locos, como se fuesen morir por tragar un poco de humo. Sus caras desesperadas me diverten, realmente se asemejan a las caras de asombro de artrópodos. Pero no mato, porque no tengo ganas de eso, no tengo ganas de nada, soy nada. Vivo aqui solamente por no poder más estar en las estancias, donde vivia mi família, solamente por ter causado la muerte de mi papá. No fue algo terrible, era casi una costumbre matar al hombre que deseaba mujer ajena, como en un duelo, donde dos hombres disputan el amor de una mujer, que en el caso era mi mamá. Sí, yo queria mi mamá, no como madre, pero como amante, como mujer que era, quería tenerla como mi señora y mi padre era un obstáculo a ser derrotado. Lo descuartizé y tiré sus órganos a los perros de la hacienda, le tratando como el cerdo que era, repugnante y asqueroso. Yo sólo pensaba en mi mamá, en el momento en el cual la tomaría en mis brazos, apretando sus carnes fartas de mujer mayor; Le imaginaba nuda en mi cama, llena de la sangre de mi padre, sonreindo orgullosa de mi hazaña, de livrarla de su cautiverio, con el goce de vida en los ojos, deseándome como suyo, hijo y amante, para alimentarme de cariño y placeres. Pero no fue así. Ella no me amaba como yo quería, imaginaba. Era una ignorante, de esas que les pegan los esposos, y dicen ser felices así. Yo le ahogué en la sangre de mi padre, para que la puta tuviera el disgusto de morirse sentindo el olor del fluido de cerdo por lo cual elegiera morir. Sin lo querer, morí en aquel día, junto a mi ingrata amada, y vago por aquí en busca de alguien que me comprenda, pero nadie es bueno el suficiente para dividir mis dolores. Pero ahora me acuerdo nuevamente, no tengo dolores, no tengo nada, yo soy nada.

En año de 1972, cuando Salvador Allende era presidente de Chile, tuve que cambiar mi
nombre Carlos Wieder para Alberto Ruiz – Tagle por causa de la dictadura en el país.
En este periodo iba al taller de poesía de Juan Stein en Concepción, la llamada Capital el Sur
una vez por semana para compartir de la compañía de mi compañero de idelaes políticos, Roberto
Bolaño. No hablamos demasiado, apenas de política, revolución y lucha armada. La lucha armada
que nos iba a traer una nueva vida y una nueva época, pero para la mayoría de nosotros era como un
sueño o más apropriadamente, la llave que nos abriría la puerta de los nuetros sueños, los únicos por
los caules merecia la pena vivir.
Aunque vagamente sabia que los sueños a menudo se conviertanen pesadillo, eso no
importaba. Yo tenía veintetres años y Roberto dieciocho, estudiábamos en la Faculdad de Letras,
menos las hermanas Garmendia, que estudiaba sociología y psicología. Me consideraba un
autodidacta, pero mis compañeros decian que yo vestía y hablaba demasiado bien para no haber
pisado nunca en una universidad. Fui elegante, aunque a mi manera, mis eran ecléticos: as veces
vestia terno y corbata, otras veces con prendas desportivas, no desdeñaba los blues jeans ni las
camisetas. Siempre llevaba ropas caras, de marca. Mi compañero Roberto no creía que los
autodidactas chilenos, siempre entre el manicomio y la desesperación fueron elegantes. Mi padre y
mi abuelo habían sido proprietário de un fundo cerca de Puerto Montt.
Resolví contar a Verónica y Angelica Garmendia que decidí dejar de estudiar a los quince
años para dedicarme a los trabajos del campo y a la lectura de la biblioteca paterna. Nunca me
vieron montar a caballo porque a mi no me gustaba. Supongo que había mucha envidia en cerca de
mi persona, talvés porque soy alto, delgado, fuerte y de facciones hermosas. Según Bibiano O
´Ryan, yo era un tipo de facciones demasiado frías para seren hermosas, pero claro, Bibiano afirmó
esto a posteriori y así no vale.
No sé porque sentian celos de mi. El plural es excesivo. Roberto sentía celos de mí y
Bibiano compartía. El motivo, por supuesto, eran las hermanas Garmendia, gemelas monocigóticas
y estrellas indiscutibles del taller de poesía. Las veces tenía la impresión de que Juan Stein dirigía
el taller para beneficio exclusivo de ellas. Eran, admito, las mejores.
Verónica y Angélica Garmendia tan iguales algunos días que era imposible distinguirlas y
tan diferentes otros días (pero sobre todo otras noches) que parecían mutuamente dos desconocidas,
cuando no dos enemigas. Stein las adoraba. Éramos los únicos que siempre sabia quién era Verónica
y quién era Angélica.
Sobre ellas yo puedo hablar, las veces aparecen en mis sueños. Tienen mi misma edad y son
altas, delgadas, de piel morena, pelo negro muy largo, como era la moda en aquella época. Tan
bellas, tan perfectas que a mi parecía rídiculo que toda la gente desperdiciase tiempo observando mi
persona que soy un tipo simples, sin secretos ni misterios y tampoco búen narrador.

sábado, 15 de septiembre de 2012


El Taller de Poesía

Son las tres de la mañana. Esa hora en que la ciudad silencia yo, Alberto,  puedo caminar por las calles sólo con mis pensamientos. Al cruzar ese inmenso laberinto de venas pulsantes recuerdo los caminos abiertos en las plantaciones de maíz, por donde caminaba en mi infancia. Siento aún la tierra en mis manos que, como los granos secos que el viento convertía en polvo y conducía  lejos, llevaba también mis ideales. Las palabras brotaban como las semillas de maíz y con su poder hacían crecer hombres fuertes y luego los escritos surgieron  como una necesidad ante las dificultades del camino. Así viví la vida, conocí a la gente y sus sueños y mientras  alimentaba el cuerpo con los frutos de esta tierra, llenaba el alma en la biblioteca del caserío.
En un día de primavera las cosas cambiaron. Las invasiones me hicieron abandonar el campo y otros caminos me condujeron hasta esta ciudad, donde el horizonte del mar alarga aún más mis pensamientos y como las ollas, tienen que llegar en tierra firme.
Por eso escribo, por eso busco en el taller de poesía la misma sintonía de ideas y bebo con los jóvenes palabras de renovación. En este rincón efervescente todo se puede hablar pues, en cuatro paredes, unas pocas sillas, una mesa gris y muchas, muchas fotografías de los grandes compartimos, bebemos, deglutimos nuestros deseos, sueños, fuerzas. Las ventanas con sus cristales ennegrecidos son como nuestros ojos que miran afuera las amenazas de la rutina cotidiana y las puertas de roble que sobrevivieron al pasar de los años nos mantienen seguros de las visitas indeseadas.
  Veo en los compañeros, mi juventud y en los cuadros en la pared aquellos que también buscaban respuestas y como yo, encontraban en las palabras una manera de compartir sus inquietudes. Por eso lo busco, lo necesito. En los encuentros están mi familia que se quedó en la sombra del alerce, mis amores adormecidos en el corazón y mis ideales siempre en la memoria.


 “Soy Carlos Wieder, también llamado Alberto Ruiz-Tagle. Hijo de una relación carnal entre un Mayor carabinero y Isabel Allende. Encargado de convocar jóvenes contra la armada.
Toda mi vida sentí que era un bastardo en aquella casa. Mi ‘madrecita’ sumisa en todo, nos cuidaba como si fuéramos de cristal. Pero el viejo nos pateaba. Solo me decía malas palabras, siempre fui tratado como basura. Juzgaba me incapaz. Gritaba a cuatro vientos que jamás seria como el. Que jamás seria jefe de algo o de alguien. El odio me dominaba cada vez más. Hasta el día que me fui, decidido a acabar con mi padre.
Llegué en Concepción. Tenía dos contactos allá. Eran Verónica y Angélica, las hermanas Garmendia. Lindas, mas nunca supe sus verdaderos nombres. Escuché muchas historias de ellas. Que seducían algunos hombres, viejos y jóvenes en búsqueda de informaciones para nosotros. Si, eran dos putitas lindas. Recuerdo me de un joven que había se apasionado por las dos. Idiota. Amas es cosa para idiotas. No hay amor con putas. Y si hay, yo y ellas no lo conoceremos.
Había también un maricón. Se llamaba Juan Stein y tenía un taller de poesía.  Los jóvenes se reunían ahí. Las Garmendia frecuentaban ahí y nos enviaban nombres de posibles aliados. Yo tenía de conversar con ellos, algo que las putas estúpidas no sabían hacer.
¿Qué hago yo en un taller de poesía de un maricón? Todos los días me preguntaba eso. Por lo menos, había unas empanadas de carne que su madre hacia, que tornaban mis días menos horribles. Charlar e comer sin pagar. Mi porquería de rutina en el taller. Sin mujeres, sin vino, sin dinero, todo eso por un ideal político. Cuanta porquería.
Ahora estoy aquí. Con una luz fuerte en la cara, manos atadas, lastimado y totalmente estropeado. Creo que me van a matar. Estoy mojado. Tengo frío y hambre. Casi desnudo. Los hombres de mi viejo me agarraron. El juego se terminó. Muero en búsqueda de la libertad. Mi vida no fue en vano. Adiós compañeros.
Carlos Wieder/Alberto Ruiz-Tagle”

-          ¡Ya lo firmé! Sargento Bibiano, nos vemos en la cena de navidad. En mi casa, en Phoenix, Arizona. Adiós. 

Nuevamente



Mi nombre es Carlos Wieder. Aquí en Chile pocos saben que Wieder es alemán y significa “nuevamente”. Creo que combina con el momento, pues estoy aquí una vez más para observar estas personas y llevar informaciones al gobierno de mi patria.
Soy hijo y nieto de nazistas y tengo mucho orgullo de lo que mi familia hizo por nuestro país.
              La verdad es que esta gente del taller de Stein,  que me llama Alberto Ruiz-Tagle (porque así me presenté), me causa aburrimiento. Todas las semanas hacen lo mismo. Charlan sobre lo mismo, ríen de lo mismo y discuten por lo mismo.
Hay un hombre en especial que me da ganas de partirlo en dos. No me acuerdo su nombre, pero sé que está siempre andando con Bibiano y haciendo muchas suposiciones sobre mi persona. Que lastima me da. Es un tipo que me parece un poco envidioso. ¿Qué puedo hacer
?
Soy un sujeto distinto y definitivamente puedo ver que las personas me admiran. Sé como es, debe ser mi sangre llamando la atención. Sé que soy poderoso aunque no haga nada para eso.
Sé también, que él está siempre acercándose de las gemelas Angélica y Verónica Garmendia para hacer preguntas sobre mí. Las dos son las únicas por las cuales tengo alguna consideración. Las personas piensan que yo las adoro. Lo que no saben es que yo hago con que piensen así. Pero ellas saben demasiado y no logran dejar la lengua dentro de la boca. Es una pena porque ellas son muy buenas, principalmente por las noches.
No tardará para que mis compatriotas adentren este lugar y apaguen todo y todos. No puedo decir que a pesar del aburrimiento, logré distraerme mucho aquí. Pero será mejor así.
Tendré muchos recuerdos que me harán sonreír, pero las pesadillas también no se quedarán por detrás de mí.
De Ismael:

Me llamo Alberto Ruiz-Tagle, tengo entre 25 a 30 años, con una complexión atlética envidiable, ¿será porque trabajé durante mucho tiempo en el campo en la finca de mi padre? Solo sé que cualquier tipo de ropa que me ponga me cae como anillo al dedo, ya usé una combinación de colores típicas del norte de Chile, traje negro, camisa blanca y corbata roja. Normalmente me visto así los días que voy a trabajar en una biblioteca y los días que descanso me gusta usar más unos vaqueros con camiseta o hasta ropas más deportivas, chandals. Bueno, y si a todo esto le añadimos el regalo que me hizo mi madre cuando me trajo al mundo, un lindo rostro, creo que mi madre decía que me parecía al hijo de Venus, aunque vamos a decir la verdad, madre es madre y todos somos hermosos. 
¡Por favor, esperen!, no se espanten porque todo lo que he dicho hasta hora, porque no salieron de mis palabras o pensamientos, fueron las hermanas Garmendia que me dijeron todo esto, la verdad, siempre me ruborizan con sus comentarios.
Como no me relaciono mucho en mi trabajo y fuera de él debido a mi pasado revolucionario en mi ciudad, eso es otra historia para contarla, pues me inscribí en este taller de poesía para buscar una manera de decir como fueron aquellos años de juventud, amores, traiciones, política y familia. Realmente hablar de todo esto en un poema no es nada fácil y lo que estoy aprendiendo es a hacer pequeños fragmentos como hace una alumna muy destacada en el taller. Su nombre es Celia, me parece que es pedagoga, ¡nadie lo diría! y siempre nos deja con la boquiabierto con sus poemas, es pura alegría con una mezcla de imaginación que transmite en sus poesías. Yo ya me he lanzado alguna vez pero nada comparado con ella. Aquí digo como perdí a alguien amado:

Puerto Montt, ciudad del fin del mundo 
Abril y Dios desaparecido
Belcebú salió del inframundo.

Detrás, diablillos enfurecidos
labradores luchan con sus puños,
pobre los inocentes heridos. 

¡No! eso es un infortunio tan duro
¿por qué mi héroe murió cosido?
No olvido este pasado escuro.
De Elys:


Yo, Carlos Wieder o Alberto Ruiz-Tagle (me da igual como prefieren me llamar,  lo que  importa no es mi nombre sino mi obra), frecuento el taller de poesía  hace un tiempo por interés en ese universo mágico de las palabras. Sé que mis compañeros de taller no tienen la misma relación  de amor con el arte, seguro que no van aprobar  mi gran proyecto porque tienen la visón nublada por falsos moralismos. En verdad, confieso que, tengo esperanzas en las hermanas Garmendia, pero aún es temprano para compartir con ellas mi proyecto.

Todavía es buenísimo hacer parte del taller. Son distintos intereses y gustos que me agregan otros puntos  de vista y así puedo percibir  mejor las personas que están al mí alrededor.  Cuando mi arte conquistar los cielos  todos Uds  sabrán quién soy yo.

Herr Wieder


    “¡Soy perfecto!” Pensaba Carlos Wieder mirándose al espejo. Llevaba más de media hora admirando su aria belleza mientras elegía alguna vestimenta elegante, como de costumbre. No podían faltar las de gotas colonia que lo hacían oler a pino y menta con amaderadas notas de altivez. Wagner sonaba fuerte.  Carlos acompañaba el ritmo musical con su indicador, como si comandara una orquesta.  
      Se preparaba para ir al taller de poesía, donde poco le importaba la poesía, sino la cantidad de zurdos que podía encontrar allí. Un criadero de lacras, decía él. Se juntaban a conspirar contra la patria, el orden y la moral cristiana. Para colmo el dueño del taller, Juan Stein, como el mismo apellido demuestra, era un judío sucio.
      Entre los libros que no leyó y algunos objetos personales, guardó su Luger. Según me contó, la pistola había pasado por las manos del tío Adi y este se la regaló al padre de Carlos cuando estaba por terminar la segunda guerra y muchos kameraden se veían obligados a huir en dirección a Sudamérica. Su padre tenía un alto cargo en la Gestapo.
      Me regaló una mirada celeste profundamente vacía y comunicó que hoy quería la cena servida más tarde, a las nueve, porque tenia cosas que hacer después del taller. Me besó en la frente y miró hacia mi panza, donde crecía Helmut. Casi me olvido de contarles, yo era su mujer. Era, porque me escapé de casa hace un par de años, cuando supe lo que paso ese día.
       Carlos Wieder se presentaba como Alberto Ruiz-Tagle, era el personaje que usaba para infiltrarse entre el zurdaje. Observaba callado, enyesado en una falsa postura receptiva.  Escuchaba cada conversación. Memorizaba los detalles, mientras fingía leer el estúpido amontonamiento de palabras sobre amor, libertad y metáforas políticas indescifrables. Cambiaria todo eso por un inteligente capitulo de Mein Kampf, pero el trabajo de Carlos era arduo, de manera que demostraba interés para no levantar sospechas. Cuando tenía la tarea de escribir alguna poesía para la siguiente clase, me daba hojas y lápiz. Las escribía yo.
      Luego de muchos meses infiltrado y con la aproximación ya sabida del golpe militar, mi marido tenía informaciones suficientes para actuar. Yo sabia por cual razón la cena tendría que retrasarse.
      Para la felicidad de Carlos, ese día la clase estaba especialmente llena. Se le hubiera notado un esbozo de sonrisa, si no fuera tan germánicamente inexpresivo. Al sentarse en el  lugar de siempre, sacó los libros y “su” poema recién escrito. Observaba atentamente cada participante que leía. A Bibiano, a su amigo que siempre miraba atravesado. Le enviaba el porte, supuso. Sobretodo miraba a las gemelas Garmendia, las negritas, como solía llamarlas. Le costaba mucho admitir pero esos seres de raza inferior le provocaban los más íntimos deseos. En realidad nunca lo admitió pero, por casualidad, en una noche mientras lo hacíamos me dijo Verónica.
      Cuatro y cuarto de la tarde, a esa altura la camioneta de la policía ya debería estar estacionada frente al taller. Llegaba el momento de interrumpir la clase.
      Al pararse con mucha tranquilidad (todos pensaban que él también pretendía recitar), se quito el largo abrigo negro para dejar  ver las insignias nazistas que colgaban de su traje. Los ojos chispeantes,  las mejillas algo encendidas. Besó su Cruz de Hierro dorada. El terror fue total cuando sacó la buena y vieja Luger. Con los ojos como platos, Stein indagó:


-               -  ¿Qué haces, hombre?

      Un ruido sordo y Stein yacía en piso, desangrándose por el pecho.

-               -  Cucarachas sionistas... – dijo Wieder, luego de una carcajada - Hay que matarlas rápido,  antes que se reproduzcan. ¿Alguien más quiere decir algo?

    Al oír el tiro, que también era una señal, los policías entraron. Le dieron una palmadita en el hombro a Herr Wieder.
-            
 -              - ¿Empezó la fiesta sin nosotros? – Pregunto uno que se parecía a una morsa, mirando al cadáver tibio de Stein.

    Carlos ordenó a Angélica que se le sentara en el regazo. Hamacándola como a un bebé, le acomodó el pelo con mucha delicadeza, después le dijo en el oído que iban a jugar a un juego.
-          Ruleta Rusa. Particularmente no me gusta nada que venga de Rusia, ¡pero esto si que es divertido!
    Giró el tambor. ¡Click! Los que aún no padecían en las manos de los torturadores, suspiraron aliviados. No sería  el día de suerte de Angélica, porque en el segundo giro se escucho otro ruido sordo.

-               - ¡Pero que mujer aburrida! Ya se cansó de jugar.

      Verónica temblaba a y lloraba desesperadamente. Sentía el dolor del tiro que recibió su hermana.  Frente a sus ojos había perdido su mejor amiga, su espejo, la extensión de su ser. Le rodaba por la pantalla de la cabeza una película en blanco y negro con momentos que vivieron juntas. Una sucesión de imágenes pasando como un tren que agarra velocidad.

Muñecas.
Trenzas iguales.
Cumpleaños dobles.
Recreo.
Globos de chicle.
Helado de chocolate derretido.
La adolescencia rápida.
Confesiones.
El bar a la vuelta de la facultad.
Peleas.
Reconciliaciones.
Cigarrillos mentolados.
Miradas cómplices.
Vino barato en la vereda.
Sueños compartidos.

      Entonces Carlos se ocupó de sacarla del transe con un sonoro cachetazo. La agarró ferozmente por la cintura y le rompió la ropa. Verónica era su preferida y finalmente iba a ser suya. Delante de todos,  bajo el aplauso de los hombres con quepis. 
     Muy poco tiempo después, terminado el hecho, mi precoz marido se seca la frente y se limpia con alcohol, poniendo cara de asco. La arroja aun desnuda a los policías.

-             -   Ahora pueden servirse.

   Se le abalanzaron como bestias. De seguir contando detalles me vendrían arcadas. Pero lo inevitable pasó y Verónica se dejó morir. Lucho por defenderse, hizo tanta fuerza que  reventó de odio y se apagó.

-             - ¡Perdimos otro juguete! – gritó la morsa.

   El sádico Herr Wieder, que ya había matado y visto morir a mucha gente, sintió un retorcijo en el estómago. No sabía por qué, pero la muerte de Verónica lo tocó de alguna manera. Se cuestionó durante diez segundos.  Sin lograr distinguir la sensación que lo envolvía, volvió a su propósito. De ahí en más hubo todo tipo de violencia, tortura y humillación que se pueda imaginar. De las inimaginables también.  A los sobrevivientes los metieron en la camioneta. Se fueron de viaje y no creo que regresen.