jueves, 1 de diciembre de 2011

El coleccionador de cabellos

¿Escuchan este silbido? Es el viento. Creo que me reprocha por lo que acabo de hacer. Estoy tranquilo fumando mi rubio, no le doy de oídos.

Me presento: Me llamo Juan, y estoy en momento de pleno éxtasis. Acabo de sumar un ejemplar a mi colección. ¿Que colecciono? Luego se van a enterar. Primero me gustaría aclarar que no fue culpa mía. Es que me apareció un ejemplar tan raro que no pude resistirme.

Fue casi tan divertido como lo que hice hace un par de años en el hospital de la ciudad en que vivía. Les cuento: estaba acompañando a uno de mis diez hijos, que esperaba ansiosamente el nacimiento de mi primer nieto. Yo, en realidad, estaba bastante aburrido y empecé a observar a la gente. De pronto pasan a una señora en silla de ruedas, y la señora, pese a su edad, tenía un bonito cabello, largo, sedoso y muy blanco. El morbo me fulmino como un rayo. Tenía que aproximarme de esa mujer, y no se me ocurrió mejor idea que hacerme pasar por médico. Subí hasta el tercer piso, me quite la ropa y me puse una bata de médico que encontré tirada en el suelo (se ve que no son tan prolijos como parecen). Me dirigí a la sala de consultas, donde la vieja ya estaba recostada para el examen. Para mi suerte, además de parapléjica, era demente, por lo que ni se dio cuenta cuando le bajé la bombacha y empecé a tocarla. La penetre, y se ve que hacia un par de décadas que nadie pasaba por ahí abajo, porque la vieja me regalaba una sonrisa sin dientes. Eso no agrada a ningún violador, yo quería ver miedo. Me aburrí del ruidito de mi pata de palo contra la cama de metal, le corte un mechón de pelo y luego la estrangule. Murió contenta, se los juro.

Lamentablemente me descubrieron antes que pudiera escaparme del hospital, me pusieron una camisa de fuerza y me encerraron en un loquero, Hospital para Enfermedades Mentales San Carlos. No sé por qué, mis hijos dejaron de hablarme, unos ingratos. La cosa fue que en ese lugar me hice amigos que si estaban locos de verdad y planeaban una fuga desde hace mucho. Me uní al grupo y en una agradable noche estrellada me fugué, sin olvidar, obviamente, mi cajita donde guardaba mechones de cabellos femeninos.

Después de ese ocurrido decidí llevar una vida más discreta en esta ciudad del litoral uruguayo. Me enteré que necesitaban un enterrador para trabajar en el cementerio. Al parecer nadie quería trabajar aquí. Pues a mí me parece un lugar bastante agradable, más cuando empieza a anochecer y los perros vienen a aullar y hacerme compañía.

Ya sé, están curiosos para saber la razón de mi extasis. Se Llamaba Lestanifa, una hermosa y joven mujer. La observé desde el momento en que se mudó a la ciudad, siempre la veía paseando con su perro. Lo más llamativo de Lestanifa, a parte de su belleza, era su curioso pelo de color verde. Y eso, señores, fue lo que me sacó de quicio y me hizo olvidar todo el plan de llevar una vida tranquila.

Traté de imaginar una manera de aproximarme sin asustarla cuando la vi paseando por el bosque. Me hice el simpático con su pulgoso:

- Hoola campeón! Pero que lindo perro tenés, como se llama?

- Auratus, significa dorado en latín.

- Ya veo, dorado como él. Yo soy Juan, y vos?

- Lestanifa. Ya se, un poco raro.

La acompaño en el paseo y vamos charlando, hago todo esfuerzo posible para ganarle la confianza. Me viene con asuntos raros pero no le presto mucha atención, solo le miro los senos y trato de que nos acerquemos cada vez más al cementerio.

De pronto me dice que tiene que volver porque ya está anocheciendo. Pido que me espere un minuto, vivo cerca y buscaré un abrigo, luego la acompaño hasta la salida del bosque.

De hecho voy a casa, vuelvo y la sorprendo de atrás con un pañuelo embebido en éter. Se cae en mis brazos. Al perro lo hecho a palizas, yo no mato animales.

Mi hermosura se despierta, está desnuda y atada en una lapide de una tumba vacía. Es triste, pero cuando termine todo, Lestanifa seguirá en la misma lapide, siete palmos bajo tierra.

- Al fin te despertaste, pensé que iba a tener que tirarte agua. Bueno, si te relajas te va a doler menos.

Los detalles se los dejo imaginar, mientras, sigo con mi rubio. Lo último que les digo es que mi cajita de cabellos quedó aún más bonita con este mechón verde.

1 comentario:

  1. Qué cosa ponerse en la cabeza de un violador loco. El personaje y la secuencia de hechos están muy bien construidos. Me gustó mucho el motivo del cabello, porque le da un tono a la vez poético y sádico al asesino, pero sobre todo, porque le permite al lector imaginar la secuencia de hechos antes de que pasen. Al hablar de la anciana en el hospital, uno ya está pensando en lo que pasó al principio y, a la vez que la curiosidad mueve a seguir la historia, la posibilidad de lo terrible genera a la vez angustia y rechazo.

    ResponderEliminar