jueves, 3 de noviembre de 2011

Busca

Jorge no la podía encontrar. Desde unas semanas que andaba buscándola y le parecía que se había marchado para siempre. Procuró en su mente algo que explicara lo que estaba ocurriendo, algo que pudiera recordarle una palabra suya, sus huellas… algún vestigio por donde comenzar, una señal; pero todo era en vano, como una luz que ilumina cada rincón y no deja espacio a la oscuridad ella se había ido, dejándolo en esta noche sin estrellas. Sin encontrar más remedio que seguir viviendo sin ella Jorge se despertaba, se miraba en el espejo e invariablemente se preguntaba hacia adónde habría partido, dónde estaría, qué necesitaba hacer para volverla a ver, si es que la vería nuevamente. Salía para trabajar y examinaba los peatones, a veces creía que la veía, sujetando la mano de los niños que paseaban por los parques o en los ojos de otros hombres. En su trabajo los colegas comentaban entre sí que Jorge ya no era lo mismo, andaba sin ganas de trabajar y ya no se reunía con ellos en el intervalo para el café, prefería estar a solas. Por la noche era cuando su ausencia se hacía más presente, andaba por el departamento de un lado a otro, quizás en un intento de rellenar este espacio que ahora había, pero todo no era más que un profundo vacío sin ella, ya no había aquella risa, ya no se levantaban a bailar mientras escuchaban una salsa, incluso la salsa ya no había. Las semanas se hicieron meses y como todo siguiera igual, y a consejo de sus amigos, Jorge procuró la ayuda de un sicólogo, al final, había que darle vuelta a esta situación, que ya se prolongaba por demasiado tiempo. No obstante, las vueltas las seguía dando el tiempo, enredándolo en sus telas, en el pasado, aprisionándolo a los recuerdos, momificándolo. En un fin de semana, los dos días más insoportables ahora para él, Jorge fue a la playa, ya casi sin poder respirar; desde niño le gustaba quedarse en la arena, mirarle a la mar, sentir que era parte de todo aquél infinito… y una vez más ahí se hallaba. Las horas transcurrían, el Sol ya se alejaba y la botella de vino que le acompañaba ya estaba vacía, como él. Jorge observaba a la Mar… ella tenía sus momentos de bajamar, pero siempre la plenamar llegaba tras algún tiempo; lo mismo le pasaba a la Luna, menguaba, es cierto, pero al cabo de unas semanas ya estaba llena nuevamente. En este preciso instante estaban las dos allí, en su horizonte, una reflejándole a la otra, sus azules se confundiendo, uniendo el propio Cielo y la Tierra. Inspirado por esta visión sintío que de su vacío empezó a brotar, finalmente, una solución para su problema: bebería de este agua salada de luna, hundiría su cuerpo y su alma allí, se llenaría nuevamente de algo, por fin; tal vez de esta manera podría reencontrarla, poniendo un término a toda su busca que, de todos modos, le estaba matando. Jorge cerró sus ojos y entró en la Mar, que lo amparó, lo rellenó y le calentó con sus aguas, le desnudó, surcándole el cuerpo momificado, permitiéndole, de este modo, que respirara. Con la primera inspiración de este nuevo aire Jorge abrió los ojos y finalmente la reencontró: estaba en las manos de una mujer con vestido azul, que flotaba sobre la mar y que se la regalaba con una sonrisa en el haz. Jorge la tomó de sus manos, emocionado por el reencuentro; ahora que estaban juntos nuevamente ya no permitiría que se fuera, nunca más. Miró a los ojos de la mujer que flotaba, para darle las gracias, y notó que había algo más en sus manos, se acercó y allí encontró algo inesperado: la Paz. Le miró nuevamente, buscando entender qué significaba aquello, y en sus ojos pudo comprender: ahora, de hecho, sabría mantener junto a sí aquella por quien había buscado incansablemente, su Felicidad.



1 comentario:

  1. El doble cuento, a la vez relato de una separación y alegoría de algo más profundo, está muy bien construido. La dualidad se mantiene hasta el final: la felicidad parece a la vez una chica y un sentimiento. Además, el lenguaje es intensamente poético sin caer en el lugar común.

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