viernes, 4 de noviembre de 2011

Tragando sapos



Cuando nos conocemos, hace más de diez inviernos, decía que yo tenía ojos de gata. Yo ronroneaba al ritmo de sus caricias.

Cuando gestaba nuestro primogénito me llamaba, dulcemente, pata. Yo nadaba lenta y feliz en la laguna tranquila de nuestra vida conyugal.

Cuando mí atención se puso toda en nuestro hijo e nuestro hogar, él se quejaba de mi dejadez llamándome vaca. Yo rumiaba una ensalada insípida y no decía ni mu.

Y ahora, que no me quiere más y le cobro las promesas no cumplidas, me llama víbora.

Cuando los vecinos acudieron, después de oír gritos agonizantes y ruido de huesos rotos, ya lo tenía devorado entero. Verde, gris, hinchada y brillante, me preparé para dormir los seis meses de la digestión.

1 comentario:

  1. Cuento y parábola al mismo tiempo, con final asustador. Parece condensar una trayectoria sabida, de despego, pero al final se da una ruptura. De un ser que es siempre nombrado, la voz narrativa se apropia, literal y terriblemente, del apelativo.

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