jueves, 3 de noviembre de 2011

La Placa

La Placa 

Siete horas se habían pasado desde la última vez que subí al puente. Las discusiones se hacían cada ves mas frecuentes en la cabina, quizás porque un misterio se afloraba en nuestros pensamientos, y no sabíamos por donde avanzar, una gran tempestad se aproximaba y el barco todavía no había conseguido seguir el rumbo correcto, estábamos aún parados, sin viento en un lugar que parecía estar en otro universo. Veíamos como se aproximaba aquella masa grisácea de nubes que caminaban en un cielo aterrador, parecía que la atmosfera de la tierra estuviera bajando y aquel conjunto de reacciones químicas y físicas andaban en la forma de una verdadera placa de humo que bajaba hacia nosotros. Resolvimos que íbamos a estar más seguros si algunos pocos de nosotros permaneciesen en la cubierta del barco. Sabíamos que algo pésimo estaba por pasar y tendríamos que estar todos en un buen estado mental para lidiar con lo inesperado. Solamente algunos de nosotros estábamos en la cabina, y esperábamos que los otros pudiesen hacer algo por nosotros. Todavía no tuvimos suficiente tiempo para pensar en lo que podría ocurrir. Algunos resolvieron olvidar el asunto y fingir que nada estaba pasando, apenas aguardando el momento de la tragedia entretenidos con algo que mantuviese sus mentes libres de pensamientos agonizantes.
            Jonás siempre fue de aquella forma y para el no era difícil mantener su posición de despreocupado, algunos de nosotros insistían en dejar claras sus posiciones tanto ideológicas como sentimentales. Mientras algunos jugaban a las cartas y tomaban coñac, otros se dejaban llevar por el pesimismo que reinaba en la atmosfera.
            Conseguí observar por una claraboya que el cielo se trasformaba. Observe como el Capitán Genaro buscaba por entre el horizonte un escape o algún indicio de que el tiempo podría cambiar. Aquello no era común, era como si arriba de nosotros a unas 100 lenguas de distancia una fuerte tempestad estuviese moviendo el clima con un viento que soplaba solamente en el cielo y no en el barco, el mar no estaba turbo y las velas no recibían viento, pasaban una gran cantidad de nubes de un color horrible a una velocidad asustadora, pero, lo más sorprendente era que a menos de una lengua de distancia del mar, el aire no se movía y sentíamos como si no estuviéramos allí. Como si el cielo estuviera separado en dos partes, el viento no soplaba próximo a nosotros, veíamos por entre una frontera invisible que separaba la tempestad de este microclima bizarro. Y el barco estaba ahí, parado, como si nada estuviera ocurriendo, ni una ráfaga de viento soplaba donde estábamos nosotros.
            La expectativa aumentaba y algunos ya habían atacado las botellas del mejor coñac, que estaba guardado para ocasiones especiales. Se escuchaban algunos ya borrachos marineros que iniciaban cantos de guerra y músicas para dejarnos con más fuerza y coraje. Observé nuevamente la claraboya, y la tempestad estaba a menos de 50 pies de distancia, era ahora que esto empezaría, era el fin de la interminable espera, y aquello me dio coraje para salir. Subí la escalera como un loco y al llegar a la cubierta apenas percibí como de a poco todo se oscurecía y como las nubes bajaban hasta el barco.
            Escuche gritos de agonía, escuche como se rompían las pedazos del barco, y la única esperanza era que Genaro consiguiese mantener el control sabiendo maniobrar para alguno de los bordos el barco que parecía estar moviéndose para todos los lados al mismo tiempo. Yo no conseguía observar nada a un palmo de distancia, estaba agarrado del pasamano de la escalera y resolví quedarme ahí hasta poder ver algo.    
            Escuche un gran estallido, como si toda cubierta hubiese quebrado como una hoja seca, escuche este ruido ensordecedor, y lo más impresionante era la sensación de no saber lo que había ocurrido, todavía no veía nada a más de un palmo de distancia. Parecía, que de a poco el viento no soplaba más con tanta intensidad, estábamos empezando a visualizar la situación. Escuchábamos nombres, oí por entre el humo y el viento, que Jonás había desaparecido. Preguntaron por mi nombre y yo respondí con un fuerte grito que dio a entender mi felicidad por estar vivo todavía. Aún no nos veíamos unos a los otros y las nubes pairaban por el barco. Era una sensación verdaderamente extraña, pues no escuchábamos ni mismo el ruido del agua. La cubierta estaba destruida, parecía que habían caído muchas herramientas, cuerdas y partes del barco.
            Fui hasta el timón y encontré a Capitán Genaro caído en el piso, estaba imposibilitado de moverse, y había perdido, por lo que yo veía, toda la movimentación de su lado izquierdo del cuerpo, algo lo había golpeado con tanta fuerza que estaba totalmente sorprendido y asustado. Empecé a pedir ayuda, llamando a algún marinero que estuviese cerca de nosotros. Después de un tiempo surgió el español Rodrigo que también estaba lastimado, sin embargo dispuesto a ayudar a cargar Capitán Genaro para un lugar seguro.
            Ya en el camarote Genaro estaba conciente, pero no conseguía entender la situación. ¿Que lo había golpeado con tanta fuerza? El dijo que era algo que vino con el viento, dijo que vio como se aproximaba algo parecido con un animal volador, algún animal repetía constantemente. Estábamos realmente asustados, sin embargo también sospechábamos que Capitán Genaro estuviese delirando por el golpe, sus palabras salían con poca convicción y hablaba muy despacio como si estuviera sedado. Al mismo tiempo percibimos que al hablar de este extraño animal que lo había atacado, su vos parecía estar contando algo gracioso, parecía que había visto algo demasiado fuera de lo común, quizás mismo algo mágico o fantástico. Como grande lector de la Íliada, Genaro siempre soñó con conocer mundos fantásticos, ya lo había escuchado decir cierta ves, que si conociese una sirena la dejaría mirarlo a los ojos y nunca más volvería a casa.
            Salimos a la cubierta nuevamente y dejamos que Capitán Genaro descanse en su camarote. Estábamos hablando sobre lo cuan extraña era toda esta situación, y cuando llegamos a la parte superior del barco observamos la imagen más impactante e increíble que presencié en toda mi vida. Estábamos mucho más alto que el nivel del mar y veíamos abajo del barco una gran selva que se reclinaba de bordo a estribor y que continuaba por kilómetros de distancia hacia donde nuestra vista no alcanzaba más. ¿Era aquello mismo que había ocurrido? ¿ Fuimos remesados por el viento hacia un lugar costa adentro, y no estábamos más en el mar sino en tierra firme? Fue verdaderamente asustador ver aquella situación, la tempestad no había pasado de 30 minutos de duración y durante este tiempo pensábamos estar en el mar, cuando en realidad estuvimos volando

     Mauro Enrico Caponi, 3 de Noviembre de 2011, Desterro                          

1 comentario:

  1. Este cuento se adentra en el difícil terreno de la literatura fantástica. Aquí tenemos dos cuentos, uno visible, la tempestad, y el otro inexplicable; no está escondido por la estructura de la otra trama, sino por la lógica racional. Es muy bueno que el narrador hable desde lo aparente, e intente comprender de alguna forma lo que está pasando, porque el lector le sigue. Nos quedamos pensando en el marinero desaparecido y en el clima sobrenatural de la tormenta. Lo que siento es que parece un fragmento de algo mayor que me encantaría seguir leyendo.

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