miércoles, 2 de noviembre de 2011

Hammurabi


Estaba caminando por la calle, recién salía del trabajo, seguía preocupada en dirección a la biblioteca, tenía que pagar las multas atrasadas y coger un artículo para el examen de calificación. Incluso me acordé que el perro ya estaba casi sin comida, aún tendría que comprarla antes de volver a casa. Hacía una temperatura agradable, la primavera siempre me encantaba y lamenté por últimamente no tener tiempo ni para observar las estrellas. Eran las ocho de la noche cuando oí gritos desesperados que venían desde el antiguo piso, los sonidos llegaban cada vez más alto, pensé que fuera más una discusión en el universo de parejas y que nadie se atrevería a meterse en el lío. Continué orientando mis pies hasta mi casa.
En verdad dicen que la violencia tiene muchas caras y está por toda parte. Lo cierto es que hace mucho ya tentaron explicarla. No sé porque me acordé de una clase de sociología política en que la profesora doctora, ciertamente muy quista por cuenta de su ego bien inflado, decía que en teoría, de acuerdo con Hobbes, el Estado no permite que las personas se maten por ahí y así los hombres dejan de hacer justicia con las propias manos. Todavía mantengo mis desconfianzas.
De cualquier modo, solo después de las once horas de la misma noche supo que los gritos que escuché anteriormente eran de una adolescente que fuera violentada por dos tipos. La acción fuera rápida, aunque para ella será posible sentir el hálito podrido de ellos como se permaneciesen delante de su cara, por toda la vida. Ahora ciertamente estaba infectada, el acto sin consentimiento también dejaron la sífilis. Clamó por ayuda. Todos estaban demasiadamente ocupados. Entonces lloró.
Mucho tiempo después miró las copas de los árboles y se perdió en el movimiento de las hojas que parecían bailar. Buscaba aquella persona que pudría ser su confidente, una amiga. ¿Dónde estaría su madre? Bueno, los ojos celestes que iban surgiendo en la multitud alimentaba su esperanza. Retomó el aliento. Descubrió que era necesario movilizarse y así fue.
Sentí que algo cambiaba, incluso las relaciones entre géneros estaban más equilibradas. Cuando la conocí no decimos ninguna palabra. Pero nos abrazamos fuertemente y la regalé mi perro, fue la única vez que la vi. Por supuesto, ahora no camuflamos la realidad. Percibimos los señales de peligro. Ya no ponemos las manos en los oídos para ignorar cualquier persona en apuros, porque el peligro estará siempre resonando.
Desde entonces algunas mujeres del pueblo cuentan que habrá una noche que no se logrará dormir y cuando todo se transformar en silencio, habrá un choro y un bebé tendrá nascido. En efecto la policía jamás encontró los culpados. Pero hay rumores de que la gente resolvió el problema a su manera.

1 comentario:

  1. Es este un cuento complejo, en el que hay una segunda historia escondida en él, pero que se identifica con nuestra comprensión de la justicia y, por tanto, es una historia abstracta, moral, que perturba nuestros principios. El título, perfecto, nos pone sobre la pista. Contra alambicadas teorías filosóficas, pero sobre todo contra la tan extendida práctica del dejar hacer, se le echa a la cara al lector una escena terrible, que lo hace cómplice de un delito odioso. Es un cuento que te deja pensando largo tiempo.

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