Valeria siempre fue una aficionada por
literatura fantástica, desde chica le encantaba leer las novelas Jorge Luis
Borges, Alejo Carpentier, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. Cuando
estudiaba en la escuela secundaria, decía que querría ser profesora de literatura,
que era su sueño y que así sería muy feliz.
A los 17 años Valeria ingresó en la carrera
de Letras en Universidad Nacional de Rosario, que tiene mucho prestigio en
Argentina. Durante la facultad, conoció desde muy cerca los problemas
educacionales de su país, lo que la dejó muy triste pero con ganas de hacer de
todo para mejor la enseñanza, principalmente en su área que era la literatura.
Todavía era una estudiante universitaria
cuando se tornó una ecologista, escribía en un blog de divulgación científica
noticias de barbaries contra la naturaleza. Eran tantas las atrocidades que
divulgaba que se quedó sin esperanzas de
un mundo mejor, ya no creía que el hombre un día aprendería a convivir en
harmonía con la naturaleza, pero hacía su parte divulgando los hechos, plantando árboles y separando la basura
orgánica de la reciclable.
Cuando recibió en la facultad, con 28 años, empezó a
impartir clases en una escuela municipal, en un barrio de clase media, al norte
de la ciudad de Rosario, sentíase realizada con su trabajo pero quería más,
deseaba ser una profesora universitaria. Pasados algunos años fue seleccionada en un
concurso para profesor de Literatura Hispánica en la Universidad de Buenos
Aires y se cambió para la capital con mucho gusto.
En las vacaciones de invierno del año de
2002, ella se sentía muy deprimida y decidió irse a Madrid, allá podría
olvidarse de sus problemas y de su tristeza. Llegando a la capital española, se
deparó con un calor de más 40˚C, no podía salir del hotel por el sol que la
mataba y decidió que domingo se iba al Rastro, que es un gran mercado de
antigüedades que ocurre en el centro de Madrid, pensaba en comprarse un
sombrilla, pues no aguantaba más tanto sol y calor.
Corrió el metro y bajó en la estación de
Embajadores y cuando salió no podía creer, ya le habían dicho que era muy
grande el rastro, pero no imaginaba que fuera tanto. Se quedó maravillada y
salió caminando a buscar la sombrilla, que tanto deseaba, ya que ese día
también hacía muchísimo calor.
Finalmente encontró una sombrilla que la
encantó, era maravillosa, negra y con puntitos rojos, un poco vieja y llena de
hilachas pero no pasa nada. Según dueño de la sombrilla, un gitano que por el
acento se pudo percibir que era de Andalucía, esa sombrilla había pertenecido a
una surcoreana, muy conocida por ser la primera gueisha de Madrid y que
costaría 5 euros. Con ese argumento ella decidió comprar la sombrilla, sería el fin de tanto sol en la cara. Ya
buscaba el dinero en su cartera cuando se dio cuenta de que en la tienda del
gitano había un marfil. Le preguntó se era de verdad, a lo que él respondió que
sí y que era de un elefante indiano, llamado Infante, que trabajaba en un circo
en Vallecas y que por estar mal de la pata, le sacrificaron. En resumen, ese
marfil de un legítimo elefante indiano le costaría tan solo 10 euros.
Valeria no suportó ver tanta crueldad contra
un animal, miraba a otras tiendas y veía
muchos animales maltratados a venta, y también restos de animales como patas y
cuernos de buey. Se sentía muy deprimida con lo que había visto, volvió al
hotel, escribió una carta diciendo que se no soportaba más vivir en un mundo
tan cruel y se tiró la ventana.
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