jueves, 8 de septiembre de 2011


Hubo un tiempo en mi vida en que escribía todos los días, como un desahogo, ya tuve diarios, ya escribí a novios, amigos, madre, a mi esposo, a mí misma, en fin ... Y ahora percibo que sigo escribiendo todos los días, pero para propósitos de trabajo y estudio. En verdad, me olvidé de crear el tiempo necesario para sentarme sin prisa y dejar mi mano fluir con mis pensamientos y sentimientos. Una vez, cuando estaba nerviosa o angustiada, escribía. Hoy voy a caminar, canto, lloro, hago crochet... Creo que en mi trabajo de traductora y revisora tal vez yo tenga objetivado demasiado la escrita y me puse tan preocupada con la clareza y la objetividad que (casi) olvidé la inmensidad subjetiva y poética de las palabras escritas y de cómo es bueno transformar sentimientos, impresiones y pensamientos en símbolos gravados en un papel. Y hay otra cosa, sufro de verborragia (¿o sería escriborragia?), si empiezo a escribir, como es difícil parar! Es como un río que nace en mi subconsciente y en mí corazón que fluye, incansable, y se alimenta de varios otros ríos, y lleva consigo piedras, tierra, y todo que encuentra en su camino y llega hasta el mar formado por todos los ríos que fluyeron e fluyen de las nacientes de todos los corazones y mentes que tienen sus propias nacientes en algún lugar. Hmmm... voy a poner una represa, aquí!

2 comentarios:

  1. Cuánta razón tines, Aline. Nos gusta tanto escribir que luchamos por hacer de esa actividad nuestro quehacer cotidiano y, cuando lo conseguimos, vemos con espanto que está mucho más lejos que al principio, anonadada por obligaciones profesionales. Ahora bien, también en medio de esas obligaciones se esconde el secreto placer de crear un texto imaginativo y preciso.

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