jueves, 22 de septiembre de 2011

Philips 1975

Hace frio, se me congelan las articulaciones. Llevo un rato largo tejiendo un suéter, la verdad es que resulta demasiado aburrido. ¿Se supone que después de viejas a todas las mujeres nos tiene que interesar esto? Lo peor de todo es que mis nietas no usan los suéteres que les hago, y tampoco las bufanditas, los guantes y gorros. Se creen que no me doy cuenta, pero sé tienen vergüenza de usarlos. Me harté, mañana me deshago de todos estos novillos de lana y agujas.

Mi radio anda mal. Tengo que pegarle palmaditas para escuchar la novela de la tarde. A veces, ni siquiera las palmadas funcionan. Mi hija me dice que use la radio nueva que me regalaron para navidad, o que mire televisión, pero un viejo tiene derecho a tener sus caprichos, y el mío es la Philips 1975. No se puede calificar como una antigüedad, más bien seria basura bajo la mirada de estos chicos “ipod” o como se llamen esas cosas chiquitas para escuchar música. Pero mi Philips no es descartable como esos objetos, me hace compañía, es una amiga. No fuera por ella, estaría sola. Pueden tomarme como senil, pero yo le hablo. Escucho una noticia y contesto como si la estuviera diciendo directamente a mí, ya estoy tan acostumbrada que casi no me doy cuenta. Pero, como cualquier amiga, a veces se enfada e se calla, y es lo que le está pasando ahora.

Empezó a nevar, hace más frio aún. Escucho el viento que silba. ¿Acaso no es escalofriante ese silbido? Suena como una voz sobrenatural, y hace golpear puertas y ventanas. No me gusta, no tengo buena sensación. Algo me interrumpe. No podría ser otra cosa sino los insoportables vecinos. Están escuchando música, siempre lo hacen. Es como un ritual, primero la música, luego se escuchan los gritos (es la señal de que están discutiendo), a veces el niño llora, el apestoso perro se pone nervioso y se larga a ladrar.

Escucho un ruido sordo, se me dispara el corazón. Apago las luces y me quedo quieta, despacito me asomo por la ventana, quiero saber que está pasando. No hay gritos, el niño ya no llora y tampoco ladra el perro. Me parece raro, muy raro. Veo que baja el borracho, ese que grita mucho, y siempre insulta a su mujer. Trae una bolsa grande sobre la espalda. Demasiado grande. ¿Por que saca la basura tan tarde? ¿POR QUE LA PONE EN EL BAÚL DEL PROPIO AUTO?

El corazón que me latía fuerte ahora quiere saltar por la boca. Mi siento mal, cada vez peor, me duele mucho el pecho, me falta el aire, necesito llamar a alguien, pero estoy lejos del teléfono y no me puedo mover. Es lo último que recuerdo de mi vida terrenal.

2 comentarios:

  1. Muy bien escrito. La descripción de la viejita es muy completa, con un tono de ironía e inteligencia perfectamente construido. Y lo que podía parecer rutinario se convierte en algo espantoso. Lo bueno es que lo vamos descubriendo con el personaje, poco a poco. Un único 'pero' para un cuento excelente: la última frase.

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  2. Es que solo me enteré hoy que no se puede mezclar presente con pasado:(
    Entonces cambio la última frase para "estoy en el último capítulo de mi vida terrenal" y seguimos todo el cuento en el mismo tiempo.

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