Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una
senda de matices oscuros, bordeada por grandes árboles negras, casi no se veía el cielo gris
sobre su cabeza, estaba envuelto
por una nublada soledad.Luego sus ojos se acostumbraron y, quizá algo distraído, pero siguiendo
como correspondía, se dejó llevar por la tranquilidad, por la totalidad de
aquella energía.Tal vez su involuntario relajamiento le impidió de prevenir lo que sucedió.
Un disparo cortó el silencio. Cuando vio que la mujer a unos metros enfrente se
lanzaba al suelo, el camino se manchó de rojo. Ya era tarde para soluciones
fáciles.
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