Ahora entraba en la peor parte del trayecto: calle encharcada y nebulosa que solo
dejaba ver a los bultos, meros fantasmas de una ciudad sin fin. Quizá algo desorientada, siguió
por la acera derecha como de costumbre y se dejó llevar por la atmósfera del día angustiante. Tal vez su involuntario pesar la impidió de ver la
belleza de la lluvia, cayendo por entre sus cabellos y su piel marcada por el
tiempo. Fue cuando se dio cuenta de que siempre se había aislado del mundo.
La foto combina perfecto con la sensación borrosa de ese personaje, que ni la materialidad de la lluvia consigue hacer real.
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