LOS SAPOS Y LAS FRESAS (Cuento)
Era un día ensolerado de primavera, una chica rubia
camina por las callejuelas estrechas de Florianopolis, se detiene ante un grupo
de extranjeros que se empujan para entrar a una tienda de artesanía, ella se
deja llevar por la muchedumbre y el alboroto de las personas. En la tienda hay
brujitas, sapos, tejidos, encajes, cerámicas, platos, jarros, ollas hechas de barro, paños, cajitas, adornos diversos, mapas, cuadros y
muchas cosas más. La chica se detiene ante las brujas y los sapos. Su recuerdo
vuela y se transporta a 40 años atrás.
Una viejita llama a la puerta, era baja de aspecto
redondo, su pelo largo grisáceo le
llegaba hasta la cintura en una fina trenza suelta, sucia y reseca. De sus ojos
parecía que siempre le salía una lágrima, a la boca le sobraba saliva que al
hablar parecía que una baba pegajosa le estorbaba en la lengua, su voz era aduladora, pero su aspecto asustaba
y al oír que alguien llamaba a la puerta, la chica rubia salió a abrirle. Ya la
conocía y no le inspiraba confianza ni mucho menos ninguna simpatía, al
contrario la viejita le daba miedo. Se
decía que era bruja. Aquel día la tenía frente a frente, no podía cerrarle la
puerta pues ya la había abierto y la
anciana señora se disponía a entrar, ella vendía fresas o mejor frutillas
como eran llamadas por esas tierras. En esa época las frutillas estaban maduras
y eran cogidas directamente de los campos del sur de Chile, mucha gente vendía
frutillas en baldes, en bolsas, en latas.
Eran buenas y la viejita las tenía allí, fragantes, coloraditas, transbordando
en el balde.
Llame a su mamá dijo la anciana para venderle
frutillas. La niña que en esos momentos leía un interesante romance en una
novela de Agata Christi, da media
vuelta y en el camino al salón donde
se encontraba su madre arrojó el libro
sobre su cama y acompañó la anciana hasta donde se encontraba su madre.La venta fue hecha y nuevamente había que acompañar la salida de la viejita de la casa, cerrar el portón para que no se escape Sultán. Al volver la niña a su cama para coger su libro nuevamente y seguir leyendo, este ya no estaba más allí. Lo buscó por toda la habitación, le preguntó a todos los que allí vivían si por acaso alguien le habría tomado su novela, nadie había entrado, ni visto el tal libro. Simplemente el libro desapareció. La niña culpaba la anciana y se preguntaba ¿cómo y en qué momento podía haberle quitado su libro si no se había separado de ella ni un instante? Todo era muy extraño.
Al día siguiente su madre la manda a comprarle arvejas a la anciana. De mala gana la niña convida a Sultán y se dirige a la casa de la viejita. Al llegar al rancho donde esta vivía, su miedo y sorpresa fue grande cuando frente a sus ojos vio que su novela pasa de las manos de la anciana para las del hijo de esta. La niña tiembla pero no dice nada, solicita las arvejas le entrega el dinero a la anciana y sale de aquel lugar como pisando en el aire, un frío le corría por todo el cuerpo y no dejaba de temblar. No sabría explicar porque temía tanto aquella anciana mal oliente, de ojos lagrimosos.
Los días que siguieron fueron marcados por apariciones extrañas que nadie mas veía a no ser la niña, eran sapos que saltaban, grandes, gordos, pequeños, verdes, negros, horribles. Casi no podía salir de casa por causa de los sapos que veía.
El libro nunca más apareció.
El tiempo pasa y los sapos desaparecen, la vida continua, la niña se olvida de la anciana y de los sapos.
Después de algunos años, una amiga le pregunta, ¿recuerdas de la anciana que vendía fresas? Sí responde la niña rubia y no quiero acordarme, siempre le tuve miedo. Porqué me preguntas?
Porque ella me contó que un día te hizo una broma para dejarte loca pero después se arrepintió y deshizo el hechizo.
La chica rubia
no podía contener su sorpresa al comprender y recordar el episodio de la
pérdida del libro y la parición de sapos cuando
una voz estridente con acento extranjero la hace temblar al preguntarle
¿sabe Ud. el significado de tanto sapito?
¿ y de las brujas? No, no Sra. pero son de aquí, llévelas nomás responde
la niña.
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