No por acaso todo sucedió el día
31 de octubre. La noche impenetrable
derramaba su sombra sobre todos y se alojaba dentro de cada uno de los
habitantes de aquel lugar. El cuerpo estaba allá, a vista de un montón de
curiosos que lo miraban con una mezcla de espanto y curiosidad tentando
descifrar la línea tenue que separa la vida de la muerte. De súbito, los ojos
negros del hombre se abren y procuran en la aparente serenidad del cielo una
explicación.
En
la noche anterior el reloj marcaba las tres cuando el insomnio lo despertó y se
puso a caminar por las calles empedradas, como si fuera conducido por una
fuerza interior, hasta llegar al pantano: el sitio prohibido. Un mundo desconocido reinado por el sapo de
caña, solo quién lo toca sabe porque es el rey de la ciénaga. La luz de la luna
le permitía ver la diversidad de animales que se encontraban en el agua. Pasó
cerca de dos garzas blancas como la nieve, estaban tan cerca una de la otra que
era difícil explicar si era una persona, un ave o un animal, no muy lejos de
ellas había una familia de patos en fila con un plumaje blanquecino y siempre
haciendo círculos alrededor de las garzas. Sus pasos les guiaron más adentro
del pantano hasta encontrar una fogata, allí se encontraban tres personas, un
joven muchacho con cara confiada, larga y con una mirada impenetrable. A su
derecha había un hombre que decía ser un hombre de la ley, su rostro estaba con
arrugas, ojos cansados y con las manos llenos de callos. Lo curioso es que la
mujer a la izquierda del atlético joven parecía médica, vestía una bata blanca
lo que es curioso porque era la tercera vez que veía algo blanco en una
noche. Pero todo lo que parecía ser
evidente se deshizo en un centello cuando sintió una chispa en su pierna
desnuda. Todo empezó a dar vueltas y lo que antes era ilusión ahora era real,
podía ver delante de él la Reina Blanca, ojos azulados y maliciosos, su mirada
transmitía tanta frialdad que no se sabía si era una noche fría o invernal. Su
vasallo se levantó ayudado de su lanza, sus manos rugosas y ásperas
manifestaban una larga vida de batallas. Y aquel muchacho, el caballero de la
Reina Blanca, lo miró con horror como si algo terrible fuera a ocurrir en los
próximos suspiros, agarró su espada y el miedo recorrió las venas del viajante
que no esperó que lo desenvainara, retrocedió y cayó en la orilla del pantano
donde una salamandra gigante sumergió para comérselo. Estaba tan aterrorizado
que sus piernas se convirtieron en unos resortes que de un brinco consiguió
salir del agua, ahora sus pasos no seguían un ritmo constante, se sintió caer.
El
dolor en la pierna lo hizo despertar, miraba aún el cielo y oía las voces de la
muchedumbre que pasó la noche en busca de aquel que combatió la gran amenaza de la villa hacía años y
ahora se convertía en héroe.
A lo lejos, las noticias en la
radio describían como, en una noche de verano, un tiburón con su inmenso cuerpo
plata y blanco era derrotado por la inteligencia de un muchacho.
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