domingo, 21 de octubre de 2012

Paladín por accidente (Beatrice e Ismael)


No por acaso todo sucedió el día 31 de octubre. La  noche impenetrable derramaba su sombra sobre todos y se alojaba dentro de cada uno de los habitantes de aquel lugar. El cuerpo estaba allá, a vista de un montón de curiosos que lo miraban con una mezcla de espanto y curiosidad tentando descifrar la línea tenue que separa la vida de la muerte. De súbito, los ojos negros del hombre se abren y procuran en la aparente serenidad del cielo una explicación.
                En la noche anterior el reloj marcaba las tres cuando el insomnio lo despertó y se puso a caminar por las calles empedradas, como si fuera conducido por una fuerza interior, hasta llegar al pantano: el sitio prohibido.  Un mundo desconocido reinado por el sapo de caña, solo quién lo toca sabe porque es el rey de la ciénaga. La luz de la luna le permitía ver la diversidad de animales que se encontraban en el agua. Pasó cerca de dos garzas blancas como la nieve, estaban tan cerca una de la otra que era difícil explicar si era una persona, un ave o un animal, no muy lejos de ellas había una familia de patos en fila con un plumaje blanquecino y siempre haciendo círculos alrededor de las garzas. Sus pasos les guiaron más adentro del pantano hasta encontrar una fogata, allí se encontraban tres personas, un joven muchacho con cara confiada, larga y con una mirada impenetrable. A su derecha había un hombre que decía ser un hombre de la ley, su rostro estaba con arrugas, ojos cansados y con las manos llenos de callos. Lo curioso es que la mujer a la izquierda del atlético joven parecía médica, vestía una bata blanca lo que es curioso porque era la tercera vez que veía algo blanco en una noche.  Pero todo lo que parecía ser evidente se deshizo en un centello cuando sintió una chispa en su pierna desnuda. Todo empezó a dar vueltas y lo que antes era ilusión ahora era real, podía ver delante de él la Reina Blanca, ojos azulados y maliciosos, su mirada transmitía tanta frialdad que no se sabía si era una noche fría o invernal. Su vasallo se levantó ayudado de su lanza, sus manos rugosas y ásperas manifestaban una larga vida de batallas. Y aquel muchacho, el caballero de la Reina Blanca, lo miró con horror como si algo terrible fuera a ocurrir en los próximos suspiros, agarró su espada y el miedo recorrió las venas del viajante que no esperó que lo desenvainara, retrocedió y cayó en la orilla del pantano donde una salamandra gigante sumergió para comérselo. Estaba tan aterrorizado que sus piernas se convirtieron en unos resortes que de un brinco consiguió salir del agua, ahora sus pasos no seguían un ritmo constante, se sintió caer.
                El dolor en la pierna lo hizo despertar, miraba aún el cielo y oía las voces de la muchedumbre que pasó la noche en busca de aquel que combatió  la gran amenaza de la villa hacía años y ahora se convertía en héroe.
A lo lejos, las noticias en la radio describían como, en una noche de verano, un tiburón con su inmenso cuerpo plata y blanco era derrotado por la inteligencia de un muchacho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario